Un susurro inconfundible entró por el conducto de ventilación, cercano e íntimo. «Puerta trasera. Luego arriba» Una pequeña nota metálica de una cuchilla saboreando porcelana llegó justo después. La tía se tapó la boca con una mano. Su tío cerró por fin la puerta. Marco casi podía oír su corazón latiendo horas extras.
Marco esperó, contando su propia respiración, y luego corrió la persiana inteligente del estudio hasta la mitad, dejando que la luz de la calle cortara la pared como la linterna de un merodeador. La casa respiró. Abajo, el equipo de música murmuraba el susurro de las bolsas. Una cuchara sonó ligeramente sobre el cuarzo. Las luces empotradas se encendieron y luego se apagaron en una penumbra conspirativa.