Más tarde, oyó el piano. Una escala vacilante, y luego acordes destrozados en alegría. Su tía aplaudió. Marco se estremeció. Aquel banco seguía abollado por el peso de su padre. La música declaraba ahora la historia de otra persona. Se sentó en el bordillo, imaginando el ceño fruncido de su padre ante esta intrusión enmascarada como práctica de recital.
Bien, pensó finalmente. El papeleo se enfrenta al papeleo. Llamó a su abogado. La voz mesurada fue brutalmente honesta: impugnar a través de la laguna legal podría llevar meses, incluso años, y un juez podría congelar la ocupación mientras tanto. «Documéntalo todo», le dijo el abogado. «No se intensifique. Nada de teatro» Marco le dio las gracias y terminó la llamada.