Joshua abrió la boca, pero no salió nada. Sentía una opresión en el pecho. Se miró: la camisa arrugada, los pantalones arrugados y aún húmedos, el pelo aplastado contra la cabeza. Se sentía expuesto. Pequeño. El hombre añadió, esta vez más suavemente: «Ya le hemos dado el puesto. Lo siento»
Joshua se giró sin decir palabra. Sus piernas se movieron solas. Fuera, se sentó en el bordillo, con el agua empapando de nuevo sus pantalones. Sus manos descansaban inútilmente en su regazo. La bolsa estaba a su lado, hundida. Lucky se sentó en silencio, observando. Sin agitarse. Sólo esperando.