Las palabras cayeron con fuerza. Nada de perros. Sin excepciones. Había estado a segundos de algo sólido, algo que podía cambiar el rumbo de su vida. Y ahora se le escapaba de las manos, porque el único ser que nunca se había apartado de su lado no era bienvenido. Las reglas no se discutían, y Joshua lo sabía.
Miró a Lucky, que descansaba a sus pies, con los ojos entrecerrados, confiado. Joshua se quedó quieto, sin saber qué hacer. La respuesta estaba clara, pero no le parecía justo. Abandonó el refugio en silencio. Si Lucky no era bienvenido, él tampoco lo era. Eso no había cambiado.