Aquella noche, tumbado en el frío suelo con Lucky acurrucado a su lado, la inquietud no provenía del hambre. Venía de la creciente sensación de que incluso los pocos lugares que le quedaban le estaban siendo arrebatados. Si este callejón no era seguro, ningún lugar lo sería.
No podía seguir moviéndose para siempre. No sin perderse por completo. En algún lugar profundo de su pecho, un viejo pensamiento comenzó a resurgir: tenía que intentarlo de nuevo. No podía recordar la última vez que se había sentido dispuesto a intentarlo. Pero ahora, la presión no le dejaba margen.