A medida que el vuelo se acercaba a su destino, Sandra se movía por la cabina con determinación y rapidez. «Estad atentos y venid conmigo», dijo a sus colegas, disimulando su urgencia con la rutina de las comprobaciones previas al aterrizaje. Asintieron rápidamente, comprendiendo la gravedad tácita de sus palabras.
En el momento en que las ruedas del avión tocaron la pista, un suspiro colectivo de alivio recorrió la cabina. Sin embargo, la voz de Sandra, firme y autoritaria, marcó la calma. «Por favor, permanezcan sentados con los cinturones abrochados», anunció, sin dejar lugar a la negociación. Era una instrucción estándar, pero tenía un nuevo peso, ya que reflejaba su determinación de garantizar la seguridad de la mujer hasta que estuvieran en tierra.