Un niño visita a diario la tumba de su madre, pero la sorprendente persona que conoce allí lo cambia todo

Lucas llegó a casa un día y encontró una foto de él y Dana -tomada una sola vez en una feria de otoño- enmarcada junto al sofá, mientras que la foto de él de bebé en brazos de su madre había sido trasladada a un estante trasero del pasillo, apenas visible detrás de un helecho moribundo. Dana siempre decía las cosas correctas. «Eres un niño tan bueno»

«Tu madre estaría muy orgullosa de ti» «Estás ayudando a tu padre más de lo que crees» Pero había un peso detrás de sus palabras, una presión silenciosa que hacía que Lucas se sintiera como si estuviera constantemente caminando por la cuerda floja. Como si si se resbalara, aunque fuera una vez, todo se vendría abajo. Luego vinieron las reglas. No más flores para la tumba: «Son caras y ella no puede verlas»