Estaba arrancando pétalos de un pequeño grupo de flores silvestres que crecían cerca de la base del árbol. Llevaba el pelo oscuro recogido en una trenza suelta y la chaqueta salpicada de parches de colores. Unas cuantas flores recogidas yacían a su lado, cuidadosamente dispuestas. Lucas dudó. Estuvo a punto de darse la vuelta. Ella levantó la vista al oír sus pasos.
Su mirada se posó en él, suave e imperturbable. Luego, casi como un reflejo, hizo un pequeño gesto con la cabeza -una invitación, no una disculpa- y volvió a sus flores. Lucas se acercó. Reconoció inmediatamente la tumba: la de su madre. Había unas cuantas margaritas frescas junto a las que él había traído la semana pasada. Se aclaró la garganta.