Dejas que Dana se haga cargo como si fuera la única que importa ahora. ¿Y se supone que tengo que sonreír?» Su padre lo miró fijamente durante un largo segundo y luego dijo: «Si tanto odias estar aquí, vete» Las palabras cayeron como agua helada. Lucas retrocedió, con el pulso retumbándole en los oídos. No discutió. No lloró.
Se dio la vuelta y salió por la puerta del garaje, calle abajo, dejando atrás las luces parpadeantes de los porches y las ventanas enrejadas, hasta que sus piernas lo llevaron al único lugar que aún sentía como suyo. La verja del cementerio crujió cuando Lucas la empujó y el metal oxidado gimió en señal de protesta. Un viento cortante se colaba entre los árboles y el aire le mordía las mejillas.