Tras una extraña visita, una madre en duelo instala una cámara en la tumba de su hijo

Ellen se quedó helada, con la tormenta amortiguada en silencio. Los ojos de Anna eran rojos, vacíos, pero amables. «Probablemente no te acuerdes de mí», continuó, «pero yo te recuerdo a ti, sentada junto a su cama todas las noches. Nunca te fuiste. Solía pensar que si todos los niños tuvieran una madre así, quizá perderíamos menos»

Las manos de Anna temblaban mientras hablaba. «Yo estaba con él cuando… cuando dejó de respirar. Me dio las gracias. Dijo que le ayudé a respirar mejor» Se le quebró la voz. «Yo ya estaba bajo una tremenda presión profesional entonces. Después de él, no podía trabajar otro turno. Quería visitarle, pero no podía volver a enfrentarme a usted o al pabellón»