Se acercó sigilosamente, con el sonido de la lluvia enmascarando sus pasos. La figura estaba colocando algo sobre la tumba. Esta vez era un pequeño y desgastado osito de peluche. El gesto era tiernamente ceremonial. El desconocido inclinó la cabeza, moviendo los labios en lo que podría haber sido una oración, una disculpa o un recuerdo. Ellen respiró entrecortadamente.
Los relámpagos volvieron a surcar el cielo. La silueta del desconocido vaciló, frágil pero deliberada. Por un instante, Ellen dudó, insegura de si estaba a punto de enfrentarse a un fantasma de su pasado o al dolor de otra persona. El viento aullaba entre los árboles cuando por fin salió de entre las sombras.