Pasaron los días sin nada más que viento inquieto y árboles temblorosos capturados en vídeo. Las imágenes se difuminaban en sombras, silencio y noche. Ellen empezó a preguntarse si las misteriosas visitas habían cesado para siempre o, peor aún, si el desconocido había encontrado sus cámaras y simplemente había cambiado su rutina.
A la tercera semana, el patrón se había vuelto demasiado tranquilo. La ausencia se había convertido en algo inquietante, como la calma que precede a la tormenta. Ellen comprobaba el cementerio desde la carretera la mayoría de las tardes, con los faros apagados y el pulso martilleándole cada vez que doblaba la esquina. Cada noche, las tumbas dormían tranquilas. Hasta que una noche no fue así.