Matilda observaba desde atrás, con una sensación de calma que la invadía, mientras Vincent permanecía solo, expuesto, frente a todos. Había imaginado enfrentarse a él muchas veces, pero nada podría haber sido más perfecto que verlo expuesto sin que ella tuviera que decir ni una palabra más.
Mientras la frenética mirada de Vincent recorría la sala en busca de cualquier indicio de apoyo, los labios de Matilda se curvaron en una pequeña sonrisa. Se dio cuenta de que no necesitaba ser testigo de sus súplicas ni oír sus excusas: su desgracia era suficiente.