La casa, que antes estaba llena de aprensión e incertidumbre, empezó a sentirse de nuevo como un hogar. Las risas resonaban en los pasillos y el ruido de los pies de los niños resonaba por toda la mansión. Así nació una hermosa unidad familiar, poco convencional pero llena de amor y respeto mutuo.
Con el tiempo, la perspectiva que el pueblo tenía de Julia empezó a cambiar. Algunos se disculpaban, otros mantenían el escepticismo. Los días transcurrían con silenciosos asentimientos de reconocimiento, palabras de arrepentimiento susurradas y sonrisas comprensivas. La hostilidad glacial empezó a disiparse, lo que permitió a Julia respirar aliviada.