Scooby se movía libremente entre el recinto y Betty, entre los árboles y la casa. Nunca se alejaba mucho. Nunca puso a prueba los límites. Siempre prefería la proximidad a la libertad.
Una tarde, Vanessa los observó desde la puerta, con el bosque en penumbra detrás de Scooby y su hija apoyada a su lado. Sólo entonces comprendió. Scooby nunca había estado destinado al mundo. Estaba destinado a quedarse.