Fue directo hacia Betty. Cruzó el patio sin vacilar, atravesó la puerta abierta y se detuvo frente a ella como si en su cabeza no hubiera existido nunca otro desenlace.
Scooby se tumbó a sus pies y se quedó quieto. No sumiso. Ni temeroso. Simplemente presente. Las alarmas continuaban fuera, pero dentro de la habitación, el mundo se reducía a la respiración, el peso y el silencio.