Scooby no lo siguió. No lo persiguió ni le gritó. Permaneció donde estaba hasta que el espacio volvió a ser seguro, entonces retrocedió hacia Betty y se puso a su altura.
Sólo después Vanessa sintió que le temblaban las manos. Scooby no se había comportado ni como un animal doméstico ni como un animal salvaje. Había actuado con juicio, casi como lo haría un ser humano. Esa idea se le quedó grabada.