Cuando los servicios sociales se prepararon para reasignar a la niña a un nuevo hogar de acogida, entró en pánico y se aferró a Manny con una fuerza desesperada. Sus gritos llenaban la pequeña habitación del hospital; el perro gruñía a cualquiera que se acercara. Los funcionarios dudaron, estremecidos por su terror. Estaba claro que moverla causaría más daño.
Manny se adelantó, solicitando derechos de acogida de emergencia en el acto. Su voz no contenía dudas, sólo convicción. Los administradores intercambiaron miradas y luego accedieron, reconociendo que ya se había convertido en el lugar más seguro que ella conocía. La niña se sintió aliviada, agarró con fuerza la mano de Manny y el perro se posó protectoramente a sus pies.