Reveló que su cuidador adoptivo era un hombre llamado Derrick Vale, cuyo temperamento estallaba sin previo aviso. Max solía distraerlo, interponiéndose entre Vale y los niños más pequeños. Lo decía como una verdad practicada, algo que Max y ella habían repetido en silencio: un ritmo de supervivencia aprendido mucho antes de llegar al cuidado de Manny.
Algunas noches, Vale gritaba tan fuerte que hasta el perro del vecino ladraba sin parar, como si intentara ahogar los gritos. La niña se escondía bajo la manta mientras Max sostenía la puerta cerrada con su pequeño peso. Manny se imaginaba el terror que encerraban aquellas noches, el miedo convertido en rutina para dos niños solos.