Llegaron los resultados del laboratorio. El panel de tóxicos marcaba una línea roja: benzodiazepina, un sedante común. Elena sintió una pequeña furia contenida. El adjunto de la UCI murmuró «traumatismo no accidental» en la nota. La niña respiraba por sí sola, el oxígeno aliviaba el esfuerzo. Fuera, el mastín yacía como una esfinge, con las patas hacia delante y la barbilla apoyada en la baldosa.
A Elena se le revolvió el estómago de pensarlo. Ya lo había visto antes: pastillas convertidas en caramelos, dulces promesas que enmascaraban el horror. Miró a través del cristal. El perro no se había movido, con los ojos fijos en la cama. «Lo has hecho bien», susurró. «La has traído a tiempo»