Tras la charla, esperó cerca de la salida. Cuando ella le vio, su expresión no vaciló. «Desapareciste», dijo, con la voz temblorosa. «Me arruinaste la vida» Sus ojos estaban tranquilos, sin pestañear. «No, Richard», dijo ella con firmeza. «Lo hiciste tú solo»
Quiso discutir, preguntarle dónde había estado, pero las palabras se le atascaron en la garganta. «¿Por qué no me dijiste al menos que estabas bien?», dijo al fin. Su respuesta fue suave pero definitiva. «Porque la chica con la que te casaste murió aquella noche. La enterré por completo. Reconstruí mi vida ladrillo a ladrillo, y sentí que tú no merecías opinar al respecto»