Permaneció allí largo rato, leyéndolo y releyéndolo, convencido de que era una coincidencia: otra Adeline, otra historia. Pero algo en el tipo de letra, en la redacción e incluso en el tono del tema transmitía su precisión. Rompió el folleto antes de que nadie se diera cuenta.
Aquella noche no pudo dormir. No dejaba de imaginar su nombre en aquel trozo de papel, firme y vivo. La idea de volver a verla le aterrorizaba y le electrizaba a la vez. Al amanecer, había tomado una decisión. Iba a ir. Tenía que saberlo.