Apareció en televisión, pálido y tembloroso, suplicando información. «Por favor», dijo, «si la ha visto, póngase en contacto con la policía» Los ojos del entrevistador permanecieron fríos. Los telespectadores calificaron su actuación de farsa, de que estaba derramando lágrimas de cocodrilo. Ni siquiera él sabía ya si el dolor que mostraba era real o ensayado.
La ironía no se le escapaba. Siempre se había burlado de sus emociones durante años, tachándola de dramática, sensible y frágil. Ahora era las tres cosas, y en exhibición pública. El hombre que una vez pensó que la humillación era poder estaba aprendiendo lo que se sentía al ser objeto de ella.