Su empresa llamó a la semana. El consejo quería que «se tomara un tiempo personal» Una forma educada de decir exilio. «Esto no es permanente», dijeron. «Sólo necesitamos distancia» Los patrocinadores retiraron sus contratos de la noche a la mañana. Los inversores desaparecieron. El imperio que construyó sobre el encanto se derrumbaba más rápido de lo que su negación podía parchearlo.
Se pasaba el día paseando por habitaciones que olían a su perfume, ahora tenue, fantasmal. Sus zapatillas seguían junto a la puerta. Cada objeto era una trampa: su letra en las listas de la compra, una mancha de pintalabios en una taza. No podía decidir qué le dolía más: su ausencia o la evidencia de haber estado aquí alguna vez.