Había escapado de la cárcel, era cierto, pero seguía atrapado. El mundo no necesitaba pruebas. Tenía la historia que quería. Y Richard Hale, antes intocable, se había convertido en el principal antagonista de su propia vida.
Dormir se hizo imposible. Cada crujido de la casa, cada zumbido del frigorífico sonaba como la voz de ella llamándole. A veces la veía en peligro, otras, ella le abandonaba burlona. Deambulaba por su casa de noche, deteniéndose en el lado de la cama de ella, en el espejo donde solía arreglarse. El silencio era despiadado.