Tres semanas después, la investigación se ralentizó. Sin cadáver ni indicios de juego sucio, no había nada de qué acusarle. La policía lo llamó «caso abierto» Tenían delitos más urgentes de los que ocuparse. Para Richard fue una pesadilla sin final.
El incidente también le afectó de otras maneras. Los vecinos dejaron de saludarle. Los colegas le evitaban. No podía entrar en un supermercado sin que alguien le susurrara. La pregunta estaba en todas partes: en los titulares, en los susurros y en su propia cabeza: ¿Qué le hiciste?