Se quedó mirando por la ventana, observando cómo empezaban a caer los primeros copos de nieve, ligeros al principio, pero con un ritmo constante y deliberado. La visión le encogió el corazón. Sabía que la tormenta no haría más que empeorar y que el gato no tendría ninguna oportunidad en medio del frío.
La idea de que muriera congelado le atormentaba, apretándole el nudo de ansiedad en el pecho. No podía permitirlo. Decidido a no dejarse dominar por el miedo, Alan se vistió de nuevo y se puso más ropa.