A medida que se acercaba, Alan notó que la postura del gato era menos agresiva y más defensiva. El silbido de antes parecía haberse convertido en un maullido bajo, un sonido que dejaba entrever algo más que hostilidad.
No trataba de amenazarle, sino de proteger algo. La curiosidad le aceleró el pulso. ¿Qué estaría ocultando? Alan respiró hondo y se acercó, hablando en voz baja para calmar al gato. «Tranquilo… No he venido a hacerte daño», murmuró, con voz suave pero firme.