Antes de que Daniel pudiera asimilar lo que estaba ocurriendo, unas manos ásperas le agarraron los brazos y se los llevaron a la espalda. Su respiración se entrecortó cuando un frío metal chasqueó contra sus muñecas: unas esposas. «¡Esperen, no estoy con ellos!», protestó, pero los agentes no le escuchaban. Se había topado con la escena de un crimen y, ahora mismo, era sospechoso.
Daniel se sentó en el suelo, inmovilizado, mientras los agentes rodeaban el granero. Rebuscaron entre las jaulas, los documentos esparcidos y las toscas tablas de modificación genética. «Estaba dentro cuando llegamos», murmuró un agente, mirándole. «Podría estar implicado» A Daniel se le retorció el estómago. Sabía que esto tenía mala pinta.