Mientras Avery observaba el reencuentro de los alces, sintió una profunda alegría y alivio. El alce le dio un suave codazo, un gesto lleno de gratitud y conexión. Este sencillo momento fue algo más que una caricia: fue un sincero agradecimiento que Avery guardaría para siempre.
A medida que Avery seguía al alce, el denso bosque empezó a hacerse más tenue, revelando atisbos del mundo que conocía. Las vistas y los sonidos familiares volvieron poco a poco, como si el propio bosque la guiara de vuelta.