Su confianza se evaporó en un instante, sustituida por el terror más crudo al darse cuenta de la realidad de su situación. Sin mediar palabra, soltó la roca y se dio la vuelta, corriendo hacia la oscuridad con el pánico guiando cada uno de sus pasos.
Avery observó atónita, con el cuerpo tembloroso, cómo la presencia del alce llenaba el claro. Por un momento, todo quedó inmóvil, el único sonido eran las pisadas del viajero que se desvanecían. El alce permaneció allí, como un guardián silencioso, sus ojos se encontraron con los de Avery durante un fugaz instante antes de apartarse.