Una mujer sigue a un oso hasta el bosque después de que se le acercara inesperadamente en la parada del autobús

El bosque, normalmente un lugar de serena belleza, adquiría ahora un carácter más ominoso en torno a Samantha. Cada suave susurro de las hojas, cada lejano crujido de una ramita bajo sus pies, servían de crudo recordatorio del peligro que les perseguía. Era como si la esencia misma de la naturaleza la alertara de la presencia de aquellos que querían hacerle daño, haciendo que la atmósfera se cargara de tensión.

A medida que Samantha se adentraba en el bosque, el juego de luces y sombras creaba un cuadro espeluznante en el que las figuras parecían materializarse y desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. El denso follaje le ofrecía refugio, pero también suponía una amenaza, un recordatorio de que en este vasto desierto ella era una intrusa, vigilada por ojos invisibles y considerada presa por los silenciosos observadores del bosque.