Al llegar de nuevo al campamento, Samantha se zambulló en la tienda con una sensación de desesperada determinación. Rebuscó entre el caos de mapas, ropas y equipo disperso, en busca de la herramienta que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
El repentino frío del metal en las yemas de los dedos supuso un alivio momentáneo cuando Samantha agarró el cortaalambres. Pero este breve respiro se vio interrumpido por el susurro de las hojas fuera de la tienda, un duro recordatorio de que el bosque, con toda su belleza, encerraba peligros e incertidumbres demasiado reales.