Hazel observó atónita, con el cuerpo tembloroso, cómo la presencia del oso llenaba el claro. Por un momento, todo quedó inmóvil, el único sonido eran las pisadas del viajero que se desvanecían. La madre osa permaneció allí, como una guardiana silenciosa, sus ojos se encontraron con los de Hazel por un momento fugaz antes de apartarse.
Hazel se dio cuenta de que se había salvado. La osa la había protegido y ahora, más que nunca, sintió que surgía en su interior una feroz determinación. Sabía que tenía que salvar al osezno, no sólo por él, sino por sí misma, para demostrar que incluso en los momentos más oscuros podía ser fuerte.