Claire llamó desde el salón, preguntando si quería té. Daniel murmuró algo y cerró el portátil. Sentía el pecho hueco, como si alguien le hubiera sacado el corazón. Miró el dibujo enmarcado de la nevera; la letra irregular de Ethan deletreaba «El mejor padre del mundo»
Durante horas se dijo a sí mismo que no importaba. Era su padre, cada rodilla raspada y cada cuento antes de dormir lo demostraban. La biología no definía el amor. Sin embargo, el pensamiento se coló de todos modos, insidioso como el moho: si eres infértil, entonces ¿cómo…? Aplastó la pregunta, pero le quemaba como el ácido.