Al final de la noche, cuando los globos se desvanecieron y las mesas se llenaron de migas de tarta, Daniel se dio cuenta de que la celebración no había hecho más que profundizar el silencio entre ellos. Todos los demás veían alegría, pero él sabía la verdad: el daño no estaba en una aventura secreta. El daño había venido de su propia desconfianza.
Aquella noche, después de que el último invitado se marchara y los chicos se desplomaran en el piso de arriba, Daniel se quedó en la cocina. Los globos colgaban del techo y el confeti se le pegaba a los zapatos. Claire lavaba los platos en silencio, de espaldas a él. El ruido de los platos era más fuerte que los aplausos que habían oído horas antes.