Al día siguiente, se sentó en su coche frente a la oficina, con las manos agarrando el volante. ¿Debía enfrentarse a ella? ¿Preguntarle sin rodeos, arriesgarlo todo? La idea le aterrorizaba. En lugar de eso, buscó en Google: «kit casero de prueba de ADN discreto» En cuestión de minutos, uno estaba en camino, con la promesa de respuestas en una caja de envío.
No se lo dijo a nadie. Ni a Claire, ni siquiera a su mejor amigo. En el trabajo, asentía en las reuniones, con los números bailando sin sentido en la pantalla. Cada hora que pasaba se hacía más larga. Por la noche, forzaba la risa ante los chistes de sus hijos, pero sus ojos se detenían en ellos como si estuviera memorizando a desconocidos.