Estaba tumbado en la cama, mirando al techo, escuchando la respiración lenta y acompasada de su mujer a su lado. Su mente daba vueltas a las posibilidades, afinaba los detalles, sopesaba los resultados. Al amanecer, tenía todo lo que necesitaba: la cabeza despejada, un buen madrugón y un plan sencillo basado en el sentido común y la justicia poética.
Se vistió tranquilamente y bebió un sorbo de café en el porche, observando la niebla que se cernía sobre los campos. El parterre seguía aplastado. Los nomeolvides rosas parecían tejidos húmedos en el barro.