Un agricultor harto de aparcar ilegalmente en sus tierras: su venganza fue épica

Eli parpadeó. «¿Qué? «Soltar a las gallinas. Quizá a las cabras. Que se paseen por los coches. Nadie se quedará si unas cuantas cabras empiezan a trepar por sus parabrisas» Eli sonrió débilmente pero negó con la cabeza. «Demasiado arriesgado. ¿Y si alguien atropella a una? ¿Y si se hacen daño?»

Margaret no dijo nada más. Simplemente metió la mano en su cesta y empezó a clasificar las hierbas de nuevo. Eli se sentó a su lado, mirando el horizonte. Y entonces, lentamente, una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. Un plan había empezado a formarse. Eli no durmió mucho aquella noche.