Lisa gritó. Un sonido crudo y gutural que sobresaltó incluso a los pájaros de los árboles. Pero ya era demasiado tarde. El águila ascendió de nuevo, remontando el vuelo, con Coco aferrada a sus garras mortales. Las extremidades del cachorro se agitaron, sus aullidos se hicieron más débiles a medida que desaparecían en el cielo.
Los vecinos se quedaron inmóviles, atónitos. A alguien se le cayó el teléfono. Una mujer jadeó. Nadie se movió, no al principio. Era como si el tiempo se hubiera detenido. El horror surrealista de todo aquello les hizo enmudecer. Lisa sintió que sus pulmones se habían colapsado. Las rodillas casi le fallan.