David vio su oportunidad. Se inclinó hacia el nido, extendiendo suavemente los brazos hacia Coco. «No pasa nada», susurró. «Ya te tengo» La cachorrita gimió, pero no se resistió. La metió en su chaqueta y la estrechó contra su pecho. «¡La tengo!», gritó con voz tensa.
Abajo se oyeron vítores. A Lisa se le nubló la vista por las lágrimas. Pero David aún no había bajado. Ajustó a Coco en un brazo e inició el descenso con el otro, probando lentamente cada punto de apoyo. La cuerda aguantaba, pero el árbol temblaba a cada paso. Lisa se agarró con más fuerza. «Ya casi», susurró.