Subió más y más. El árbol crujía y las hojas crujían con cada movimiento. A Lisa le ardían las manos por la cuerda, pero no aflojó el agarre. No podía. Seguía cada uno de sus movimientos, cada centímetro que avanzaba era una pequeña victoria. El nido se acercaba. También lo hizo el borde del miedo.
David finalmente alcanzó la rama que se extendía sobre el cobertizo. Gimió bajo su peso, pero avanzó hasta que pudo mirar el nido. Se detuvo. Desde abajo, Lisa le vio detenerse por completo. «¿Está ahí?», le preguntó con la voz entrecortada. David respondió suavemente. «Sí, está aquí»