David asintió. «Vámonos.» No dudó. Tampoco los demás. Cambiaron de dirección, atajando por el bosque hacia el huerto. Lisa se movía con energía renovada, alimentada por la adrenalina y la frágil esperanza. La niebla que se levantaba del suelo pareció acallarse a su alrededor.
El huerto emergió lentamente de la oscuridad. Antaño próspero, ahora era en su mayoría hileras de árboles torcidos con las ramas desnudas y los troncos desmoronados. Un bajo muro de piedra marcaba el límite. Lisa no aminoró la marcha. Trepó por el muro y aterrizó al otro lado, con las rodillas dobladas.