Mientras se reagrupaban, el teléfono de Lisa zumbó en su bolsillo. Lo sacó sin mucha expectación. Una notificación parpadeó: un comentario a su mensaje original. Alguien había encontrado un grupo de plumas de águila cerca del huerto abandonado en las afueras de la ciudad.
Abrió la foto adjunta. Se quedó sin aliento. Las plumas eran inconfundibles: anchas, marrones y blancas, formando un círculo como si algo hubiera aterrizado con fuerza. Los dedos de Lisa volaron. Le mostró la imagen a David. «Es ella», susurró. «Puede que esté ahí»