Todo su cuerpo se desplomó. No se había dado cuenta de cuánto de sí misma se había encerrado en aquel terrible momento de esperanza. Se sentó en el suelo, demasiado agotada para mantenerse en pie. Le dolía el corazón en lugares que no sabía que existían. Sus pensamientos giraban en espiral.
¿Y si el águila había dejado caer a Coco? ¿Y si ya se había ido? Lisa enterró la cara entre las manos, las lágrimas se derramaban ahora libremente. David se agachó a su lado. «Has llegado hasta aquí», le dijo. «No puedes parar ahora.