Según le explicó Zoe, el hombre era un paciente al que había estado ayudando como trabajadora de salud mental. Tenía graves problemas de ira y Zoe llevaba mucho tiempo tratándole. Sin embargo, su obsesión por ella se había vuelto preocupante, lo que llevó a uno de los colegas de Zoe a hacerse cargo de su cuidado. Zoe supuso que eso sería el final, pero parecía que el hombre no podía aceptarlo. Había encontrado su dirección y acudió a su casa.
Al final, resultó que el hombre no tenía nada que ver con los extraños sucesos recientes. George se dio cuenta de que todo lo que había pensado que estaba relacionado no era en realidad más que una serie de desafortunadas coincidencias. Lamentándolo mucho, comprendió el precio de sus sospechas infundadas, con la esperanza de reconstruir la confianza que había dañado. A partir de ahora, se comprometió a comunicarse abiertamente con Zoe y a no dejar que su imaginación volviera a dominarle.