¿Qué podía importarle tanto a un perro hambriento como para pasarse once horas desgarrando la tierra? Observando el frenesí de sus patas, Ethan sintió que estaba presenciando algo más que instinto, algo más cercano a la obsesión. Y por primera vez, se preguntó si quería conocer la respuesta.
El sonido de las garras raspando la tierra se prolongó en los sueños de Ethan aquella noche, y a la mañana siguiente regresó casi sin pensarlo. El perro estaba allí de nuevo, el agujero más profundo ahora, la tierra amontonada a su alrededor como una tumba en miniatura. Ethan se agachó cerca, con el pulso acelerado. Tenía que ver.