Se agazapó en el borde de la ladera, observando. Las garras del perro estaban desgastadas. Cualquier animal normal se habría dado por vencido hacía tiempo, pero éste parecía atrapado en un trance. El primer pensamiento de Ethan fue simple: hambre. Tenía que estar hambriento.
Entró en una pequeña tienda, compró un paquete de galletas y regresó. El perro se puso rígido cuando se acercó, pero no huyó. Ethan rompió un trozo y lo arrojó al suelo. El animal lo olisqueó una vez y luego lo devoró a una velocidad frenética.