La frustración se apoderó de él. Mostró la etiqueta de la dirección una vez, con la esperanza de que le reconocieran, pero sólo consiguió que le volvieran a negar con la cabeza. Con cada rechazo, la duda se hacía más pesada, hasta que se sintió como si estuviera persiguiendo un lugar que nunca había existido.
Finalmente, se acercó a un anciano sentado frente a una barbería, con el bastón apoyado en la pierna. Ethan repitió la dirección. La mirada del anciano se afiló y sus labios se perfilaron en una fina línea antes de suspirar. «Riverside veinticinco», dijo en voz baja. «No ha habido un veinticinco en cincuenta años»