Siguieron las reuniones. Voces acaloradas se alzaban en la estrecha oficina. Los cachorros podían criarse a mano, pero era arriesgado. Incluso si la alimentación con fórmula funcionaba, los recién nacidos necesitaban el amor y el calor de una madre. Las discusiones sobre ética y viabilidad se confundían. Zachary se sentó en silencio, con la mente ocupada en el problema. ¿Había algo que él pudiera hacer?
Esa noche, a Zachary le tocó alimentar a los cachorros. Durante los dos primeros días, había que darles de comer las 24 horas del día, cada dos horas. Cuando terminó su trabajo y salió, vio a Daisy, con sus inteligentes ojos fijos en los cachorros, apretando la nariz contra el cristal del recinto.